
En el segundo piso del Colegio Montserrat de Barcelona, aconteció un suceso que permanecerá siempre en la memoria de todos los que vivimos esos trágicos momentos.
Era un miércoles como otro cualquiera. Todas las alumnas habíamos entrado al colegio a las ocho y media, excepto las internas que vivían allí. Nos dirigimos a la capilla para escuchar la formación y vimos a una pareja muy arreglada, el hombre con traje y corbata y la mujer con un traje elegante que parecían impacientes.
Mientras escuchábamos como la directora del Colegio nos comentaba el evangelio, cosa que hacíamos semanalmente, me fijé en la cara de Sonia. Era una de las internas. Sus padres habían muerto en un accidente de coche hacía tres años, y sus tíos habían decidido internarla en un colegio para que no les causara problemas. Todos sentíamos pena por ella, pero era una persona muy solitaria, y nunca hablaba con nadie. Nunca me había fijado en ella, pero ese día su cara me preocupó. Parecía muy nerviosa.
A la hora del patio nos juntamos el grupo de amigas que solíamos salir juntas. Dos de las chicas eran internas y las otras tres y yo no. Cuando tenían permiso Laura y Ana, las internas, salíamos al cine de mi barrio o a dar una vuelta por el parque. Lo pasábamos genial. Pero he de admitir que tenía más complicidad con María, una de las externas. Vivíamos muy cerca y solíamos ir a casa juntas para hacer las tareas del colegio. Hablé con ella y le conté lo de Sonia. María me comentó que ella también la había notado más extraña de lo normal y que creía que era por la presencia de la pareja.
Parecía ser unos padres de adopción. Nos habían avisado de que el número de internas era cada vez mayor, y todas aquellas que no tenían familia estable serían dadas en adopción. Sonia era una de ellas. Mientras hablábamos, Ana nos dijo que observáramos a Sonia. Estaba temblando y totalmente blanca. Se levantó del banco donde estaba sentada y se dirigió a las escaleras que conectaban la mina, el patio donde solíamos tomar nuestro almuerzo, y el segundo piso.
Estábamos intrigadas y decidimos seguirla. Sonia se dirigió corriendo a la antesala de la capilla del colegio. Allí estaban los padres adoptivos, sentados en el sofá. Sonia se dirigió a una esquina cogió una botella llena de un líquido y roció a los padres, después sacó un objeto que resultó ser un mechero y les prendió fuego. Sin dudarlo, Laura corrió hasta la esquina donde había un extintor y empezó a rociar a la pareja.
Gracias ella, la pareja se salvó y decidieron adoptarla como agradecimiento. Vivió feliz. Sonia fue trasladada a un centro psiquiátrico. Y el extintor se quedó en su esquina, y aún permanece y permanecerá allí para toda la vida.
Créo que la historia en si esta bien contada y con la grácia de un final un tanto sorprendente. Me perdia alguna vez en el texto pero me ha gustado y ha sido divertido de leer. Creo que repites bastante la palabra "interna", podrias buscar una manera de decir la misma palabra sin repetirte pero a pesar de esto es divertida esta lectura ya que muestra una pizca de locura en el final.
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