
En el cuarto piso del colegio Montserrat se encuentran las clases de ESO y una sala de profesores. Mi calse está en frente de la sala.
Un día la profesora Mar nos estaba dando clases de castellano. Nadie sabía porque, pero se le notaba la voz un poco nerviosa y tensa como cuando alguien se porta muy mal y debe reñirlo.
Cuando estaba explicándonos que tipos de complementos del verbo hay, entró un hombre muy bajo que nadie de nosotros había visto antes y le dijo “Mar, debes saber algo. Por favor, acompáñame”. Ninguno sabíamos a que se refería pero nos dimos cuenta que su comportamiento se debía a que ya suponía que algo iba mal. ¿Pero qué?. Todos teníamos tantas ganas de saberlo que corrimos a la puerta para intentar ver que sucedía por la pequeña ventana que hay justo en la parte superior de la puerta, pero no fue así ya que no vimos a nadie.
Salimos de la clase Juan, Marcos, Pablo y yo para ver si habían entrado a la sala de profesores, pero allí tampoco había nadie. De repente comenzó a salir gente de todas las clases diciendo que su profesor o profesora se había ido y estaban solos. Entonces, me fijé que en el techo del pasillo había una trampilla, pero era imposible llegar si no subíamos a una escalera. Comenzamos a buscar y encontramos en la sala de profesores una escalera de esas que usan los carpinteros, que nunca antes había estado allí. La cogimos y la apoyamos a la puerta de la sala de profesores, justo debajo de la trampilla, y nos subimos los cuatro a la vez. De repente, notamos como nuestro peso era demasiado para una escalera de madera como aquella e hizo un par de agujeros en el suelo, uno por pata.
Subimos rápido al otro lado de la trampilla justo antes de que la escalera se rompiera, impidiendo que alguien más subiera.
Gateamos durante muy poco rato hasta encontrar otra trampilla que daba a una sala de la cual no sabíamos su existencia. Desde el estrecho pasillo se podíamos oír hablar a los profesores con el pequeño hombre desconocido que anteriormente entró en clase de castellano. Hablaban del colegio, decían que tendrían que cerrarlo si no se terminaban de pagar una serie de gastos al gobierno que el colegio no podía pagar. Al oírlo volvimos rápidamente a la trampilla que estaba situada encima de la sala de profesores y, aprovechando los dos agujeros que hizo la escalera cuando subimos, cinco compañeros de la clase nos colocaron un par de troncos (uno en cada agujero) con ramas. Cada rama era un escalón. De esa manera los agujeros se hicieron aún más grandes.
Avisamos a todos los alumnos de primaria, ESO y bachillerato y les explicamos lo que habíamos oído. Les dijimos que si cada uno traía al día siguiente diez euros todo se arreglaría, porque con toda la gente que éramos, solo trayendo diez euros por persona ya había suficiente.
Al día siguiente no hubo ningún chico que no trajera el dinero. Todos queríamos seguir en nuestra escuela con nuestros amigos, profesores y clases.
Juan, Marcos, Pablo y yo les entregamos un sobre con el dinero a los profesores. La directora nos lo recompensó no castigándonos por haberles espiado y por habernos escapado de clase y dándonos la mejor sorpresa que nos podía haber hecho: ir al día siguiente al Port Aventura.
Hoy en día, aún están los agujeros del pasillo de ESO, para recordar la hazaña que salvó el colegio.
Marta Salvat
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ResponderEliminarUna buena historia pero que en mi opinión no te mantiene en el estado de tensión propio de este tipo de textos, la historia está bien pero el argumento es demasiado conocido, aún así yo le pondría un 6 por lo podríamos decir alegre del relato en su conjunto. El texto es entretenido pero no fascina ni sorprende -perdón por la rudeza- y el final me ha decepcionado bastante y no por su condición de relato idílico y típico de película infantil, sino por lo de porta ventura, la frase "dándonos la mejor sorpresa que nos podía haber hecho"; podría haberse aprovechado más, pero aun así está bien, ya que es una de las múltiples fantasías que puede tener un alumno a esas edades. El texto podríamos decir que es bastante descriptivo y esto le quita agilidad al relato, aunque también ayuda a imaginarnos mejor la historia al leerlo -al leer el fragmento en que la profesora está explicando los complementos a sus alumnos es como si estuviéramos allí y pudiéramos ver cómo le cae el sudor por la frente-, el estilo es bastante bueno. Solo me queda una cosa que decir, lo de los alumnos saliendo de sus clases para decir que su profesor se había ido és un poco falso y aun más teniendo en cuanta la verosimilitud del texto. Me vuelvo a leer el texto y me pregunto ¿actuaríamos nosotros como estos alumnos?, la respuesta es evidente, no, las hazañas estudiantiles no existen.
ResponderEliminarGerard Jaurena