

Corrió tanto como pudo, no miró a nadie más... No podía detenerse. Por fin se detuvo. Tendió la mano lentamente, aún temblando por el sofoco que acababa de apoderarse de él. Esperó, atento a todo lo que se movía a su alrededor. Le entusiasmó una enorme cortina que se alzaba delante suyo; por ella se filtró un deslumbrante rayo de luz que hizo que, instantáneamente ese pequeño e indefenso clavo se enamorara de aquel lugar. Sospesó rápidamente todas sus opciones: esperar a que algo se moviera a su alrededor y que lo sacara de allí o permanecer para siempre en aquel bonito lugar. Como se enamoró de todo aquello, al final se quedó para no volver jamás; y así ayudó a muchas lámparas que se colgaban de él; haciendo deslumbrar aún más ese pasillo que guarda tantas historias.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarHola Sònia,
ResponderEliminarAcabo de leer la historia de tu clavo. La verdad es que cuando lo he leído por primera vez, no he entendido del todo la historia, he tenido que volverlo a leer.
Pero me ha gustado. Has sabido hacer, de un tema tan poco inspirador como un clavo en el pasillo, un fragmento capaz de crear algo de intriga.
Esta historia nos enseña que, aunque a veces no lo sepamos, todos tenemos una función en este mundo.
¡Buen trabajo!