viernes, 15 de mayo de 2009

El sobre que nunca estuvo abierto



Una escuela, una escuela donde el alumno de mayor edad oscila los 18 años, en fin, una escuela aparentemente normal que no te suscita ningún pensamiento especial, pero es al llegar a “la mina”, ese pequeño anexo donde los jóvenes pasan horas hablando mientras devoran sus grandes bocadillos, cuando uno se da cuenta del gran secreto que esconde la escuela. Esta escuela es el colegio Montserrat, una escuela que esconde un secreto, un secreto que ha mantenido oculto durante los 82 años de vida que tiene, posiblemente el mayor secreto jamás desvelado en una entidad.

Una mesa de piedra, de piedra solida y resistente, una piedra que a menos que ocurriera un fenómeno natural o un ser podríamos decir extraterrestre, apenas se le podría hacer un simple rasguño. La mesa, sí, es de piedra maciza, una mesa dura pero normal, una mesa corriente, entonces ¿qué?, ¿qué es lo que nos sorprende?, pues que esta, una mesa rígida, solida e infranqueable, muestra en su superficie, supuestamente lisa, un gran número de agujeros, ¿cómo? me pregunto, ¿quién ha podido realizar tal destrozo?

Nadie duda en pensar que ha sido un alumno, pero pensemos con claridad, ¿puede un grupo de chicos de 18 años el mayor, destrozar una mesa de piedra maciza?, pues la respuesta es evidente, no. Entonces ¿cómo?, ¿cómo puede una mesa de piedra, de la cual no repetiré los adjetivos, presentar un aspecto tan lamentable?

Hecha esta pregunta, yo, un alumno de 15 años más bien mediocre dentro del gran conjunto que es el colegio Montserrat, empecé a investigar. Primero me hice preguntas, preguntas sin respuesta que no me llevaban a ninguna parte, seguidamente, visto el fracaso de mi primera incursión detectivesca empecé a suponer, a ver si se me ocurría alguna magnífica idea al estilo Scherlok Holmes o algo por el estilo. Después de pensar durante mucho rato –tengo bastante tiempo libre-, me di cuenta de que era una estupidez, ¿cómo iba yo a descubrir un secreto de tal tamaño? ¡Ni estaba seguro de que existiese tal incógnita!

Días después reprendí la investigación –no tenía nada que perder-, pero lo único que me venía a la cabeza en ese momento eran o cosas imposibles o estupideces al estilo de un ovni o un martillo gigante.

Esa misma noche daban el fútbol por televisión y toda mi familia se sentó a ver el partido, yo en cambio me encerré en mi habitación y después de escuchar música de los ochenta encendí mi televisión de 15 pulgadas. Al encender la televisión me encontré con el fútbol y fui haciendo zapping hasta encontrar una serie, una serie que nunca había visto antes pero que me había atrapado, era como si me empujase a verla.

Esa serie trataba sobre crímenes y como una organización lograba desmantelar todos los problemas que se le planteaban, típica serie de los miércoles por la noche, y entonces lo vi. Apareció un chico, un chico llamado como yo, Alejandro, al cual le habían encargado la investigación de un crimen. Después de un periodo de investigación Alejandro se sentía abatido puesto que no había encontrado ninguna pieza fundamental para resolver el caso, pero luego por una de las múltiples casualidades que se dan en la televisión, se le ocurrió mirar en la base de datos de la organización y finalmente después de una larga persecución atrapó al asesino.

Ese episodio me dejó helado, era como un espejo de la realidad que yo estaba viviendo en ese momento, pero con unas intenciones bastante distintas. Mientras él simplemente quería asegurarse el puesto en la organización y ganar prestigio, lo que yo quería era adrenalina y experiencia, siempre había deseado ser periodista de investigación y esa era una oportunidad para lucirme.

Así que cogí papel y bolígrafo y entre en el despacho de la directora de mi colegio, era un despacho elegante, con algún cuadro colgado en la pared y montones de armarios, ya había estado en esa habitación un par de veces, ambas para que me dieran las notas, siempre plagadas de suficientes. Abrí un cajón, el de arriba del todo, Abadía, Álvarez, Azorín… los armarios estaban ordenados por orden alfabético, así que fui abriéndolos uno por uno sin saber exactamente lo que buscaba. Fue al llegar al cajón de la L, cuando creí haber encontrado lo que buscaba, era un pequeño sobre, como todos los demás, pero este no tenía nombre, tenía una raya negra, como si alguien lo hubiera tachado, el sobre se encontraba entre Llobet y Llompart, bien escondido para que nadie lo encontrase. Justo al coger el sobre oí unos pasos y me escondí rápidamente en uno de los armarios del despacho, era la directora y se disponía a entrar en la habitación, pero un profesor la detuvo y empezaron a hablar, luego los dos, la directora y el profesor se fueron por el largo pasillo de la planta y al cabo de un minuto para asegurarme de que no volvía salí del armario y guarde el sobre en mi mochila, acababa de pasar el minuto más largo y angustioso de mi vida. La frente me ardía y aproveche la situación, cogí la mochila con el sobre dentro y me dirigí a la portería, allí les dije que tenía fiebre y al tocarme la frente me dijeron que si, que podía irme a casa. Subí al tren ansioso por abrir el sobre, pero no podía, ¿y si alguien me lo robaba?, hice los transbordos correspondientes con las manos sudando por poder agarrar el sobre y al fin llegue a la puerta de mi casa, abrí y me encerré en la habitación, era mi momento, por fin descubriría toda la verdad.

Me senté en la silla y abrí el sobre, no había ninguna foto, ni ningún nombre ni fuera ni dentro de él, pero si un texto, un texto largo pero que merecía ser leído. No lo leí hasta comprobar que no hubiera más archivos, y entonces sí, lo leí. El texto era muy confuso, más bien porque parecía sacado de una novela de ciencia ficción, y al acabar de leer el texto, lo entendí todo, parecía una estupidez pero todo concordaba, y si, ahora expongo mis conclusiones.

Años atrás una nave espacial, había encontrado a un bebé en su nave, un bebé humano que no sabían cómo podía haber llegado hasta su nave, aún así, los alienígenas, que eran muy buenos, lo trataron como si fuera su propio hijo pero a la edad de cinco años vieron que la situación no podía continuar de ese modo y lo devolvieron a su mundo, la tierra. Para ello, los extraterrestres, que dominaban a la perfección toda lengua existente, primero se documentaron, ¿qué hacia un humano de su edad?, que por cierto, era chico, y la respuesta que obtuvieron fue simple, ir al colegio, así que aterrizaron la nave en el primer sitio que encontraron, y buscaron un colegio, evidentemente el primer colegio que vieron fue el colegio Montserrat –supieron que era un colegio porque igual como hoy está, lo indicaba en letras grandes-.

El que durante todos estos años había sido el padre del chico adoptó forma humana, cosa que hacia siempre que viajaba a la tierra, y cogió a su “hijo”, con un paso ligero entró en el colegio y dijo que había encontrado a un chico –el chico- en la carretera, que lo había encontrado solo y llorando y que además gritaba que se la habían muerto los padres. El alienígena le pidió si podían acogerlo en el centro y la chica que lo había recibido, una mujer morena, se quedó perpleja, al igual que el padre que no entendía como se le podía haber ocurrido una idea tan buena en tan poco tiempo, al final la chica morena, muy confusa y sin saber que decir, hizo que si con la cabeza. Al asegurarse de “su hijo” se iba a quedar en el colegio, le explicó la verdadera historia a la chica morena, y esta se desmayó al comprender que se encontraba delante de un extraterrestre. Después de un largo rato la chica morena se despertó y el extraterrestre la miró a los ojos y le dijo que cuidara al chico como si fuera suyo, luego le dio un beso a su “hijo” –que se había pasado todo el rato de la conversación y el desmayo correteando por la que sería su futura casa-, y se marchó, antes pero, se acerco a la chica y le susurro algo a la oreja, algo que desvelaría todo el misterio.

La chica morena lo primero que hizo fue preparar una habitación para el pequeño y cuando ya tenía una cama y un armario, le puso una mesa- la mesa de piedra-, con el propósito de que tuviera un lugar donde comer y hacer los deberes. El chico había pasado cinco años a bordo de una nave espacial, y como no, siempre le habían alimentado con comida extraterrestre. La comida alienígena, pero, tenía una peculiaridad, convertía la saliva en ácido, y como a todos los niños pequeños, al chico se le caía la baba al comer, cosa que produjo los agujeros. Pasaron los años, y el chico continuó en el colegio, realizó la primaria, la secundaria y el bachillerato y ya no se volvió a conocer más de él.

Hasta ahí mis conclusiones, un relato realmente sorprendente y muy confuso, que releo por decimocuarta vez la misma tarde desde mi habitación mientras escucho música clásica, fruto de mi primera incursión en el mundo de la investigación. Hago cálculos y llego al resultado, el chico ahora debe tener cerca de cincuenta años, entonces salgo a la calle, después de una tarde tan adrenalínica quiero tomar el aire, pero algo me llama la atención y giro la cabeza, ¿es una ilusión o se acaba de fundir un trozo de farola?, de repente un señor estornuda, aparenta tener cincuenta años.

2 comentarios:

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  2. Sinceramente al principio este texto prometía mucho con el tema de la investigación del joven detective y parecía que podía tener un gran final muy cautivador. Cuando está en el despacho de la directora, el texto sigue prometiendo mucho pero al final cuando habla de extraterrestres, la saliva que funde la mesa y la farola parece un final muy improvisado casi sin sentido alguno. Gerard la historia podría haber tenido un gran final muy bueno que no lo has conseguido por haber realizado un final improvissado de cinco minutos.
    Firmado: Sergio

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